RECUERDOS DE MACARIO
Era tan mimosa como un osito. Era el tipo de mujer que un hombre instintivamente anhela proteger entre sus brazos, acariciar, mimar, sintiendo la cálida pequeñez de su fragilidad femenina contra su protectora carne masculina.
Tenía un cuerpo menudo, de los que raramente se ven en estos días de jovencitas de carnes pulposa y saludable, de muslos como columnas, de hombros anchos, de pies, manos y cara tan grandes que a veces parecen de tamaño agresivo.
Pero Esther..., menuda y rubia con un cuerpo tan bellamente conformado en su minúscula exuberancia, que cualquier hombre sentiría de inmediato el deseo de tocarla en esas regiones de intimidad donde tanto gustan las mujeres ser tocadas.
En un principio Macario creyó que estaba soñando. Porque despertar con la deslumbrante sensación de la cálida respiración de Esther sobre su carne sensible no podía ser sino un sueño, pero por último se sintió plenamente despierto y tuvo que admitir efectivamente que su trasto era masajeado por sus delicadas manos, valientemente intentó apartarse. Pero Esther se le pegó como una sanguijuela girando sobre él; con la mano guió el instrumento de Macario hacia su albergue.
La boca de Esther apretó los labios de Macario para acallar sus palabras lo abrazo con fuerza, acariciandole.
Fué un polvo sencillo y convencional realizado a oscuras, bajo las mantas. Los dos permanecieron tendidos juntos, sin hablar, en la penumbra de la habitación.
3 comentarios
evr -
Dalí -
Trini -
Besos muchos